La primera visita a nuestro país de Veronica Bennett trajo la imponente sombra de su leyenda. Desde su cándida e inocente belleza adolescente de principios de los sesenta, al bombazo que fue, es y será, "Be My Baby" con su ampuloso tratamiento de producción "Wall Of Sound", pero también su tormentoso matrimonio con el controvertido a la vez que genial Phil Spector, de quien conserva su artístico apellido y legado sonoro. Pero en realidad lo que nos trajo fue a una auténtica e inigualable superviviente del pop, que ha sabido enfrentarse contra el paso del tiempo desde su amor eterno por los escenarios y por la música. Y la recompensa ha sido un reconocimiento unánime de público y crítica, materializado en su inclusión en el Salón de la Fama en el año 2009.
Esa es a grandes trazos Ronnie Spector, quien el pasado día 18 de junio aparecía en el escenario de la Sala Apolo para repasar los éxitos de las Ronettes y algunas versiones de sus recientes álbumes y para nada despreciables "The Last Of The Rock Stars" (2009) y "English Heart" (2016). Armada con una banda de ocho músicos (cuatro de sección de viento) y unas jóvenes y lozanas Ronettes, embutidas en un traje rojo rosa ("spanish rose"), una Ronnie de 75 años desplegó su infinito encanto para llevarnos hacia un maravilloso e irrepetible pasado. Con la ayuda de unos simples y efectivos audiovisuales, el concierto presentó las dulces gemas pop aunque potenciadas por una apuesta musical soulera en la onda Stax.
De los clásicos de las Ronettes la celebrativa "Baby, I Love You" abría fuego con la vocalista repartiendo sonrisas y vitalismo, luego "So Young" con imágenes de The Students y The Schoolboys en las pantallas para recordarnos a todos que un día fuimos jóvenes. Quizás el visionado de los vídeos de la propia Ronnie, frágil e inexperta a sus 18-20 años, junto a la "anciana" (dicho con todo el respeto) actual, podría parecer deprimente para algunos, aunque yo me decanto más bien por el merecido homenaje hacia su época dorada, y al poder de las canciones e imágenes para transportarnos hacia unas sensaciones adorables.
Por otro lado el presente nos mostró a una Ronnie que tras cada tema tenía que sentarse a descansar y cada dos o tres irse al back stage a reponer energía, en un formato en el que nos contó anécdotas del pasado ilustradas por la pantalla. En cualquier caso, el directo fue dinámico, entretenido, a ratos emocionante y en otros vibrante, con una banda que sonó a la perfección e hizo lucir a una diva que mantiene bastante bien la voz.
Con mucha presencia de versiones, y protagonismo de las coristas, pero también de los desarrollos instrumentales, lo cierto es que nos hicieron disfrutar de lo lindo. Es el caso del "What I'd Say" de Ray Charles, que a todo trapo nos recordó los mejores momentos de la música negra, o al contarnos cuando conoció a Brian Wilson antes de atacar una preciosa "Don't Worry Baby", fabulosamente secundada por las Ronettes. También recordó cuando en 1964 volaron hacia Inglaterra para conquistarla, momento en el que conocieron a bandas como los Rolling Stones, Animals, Kinks o los Dave Clark Five, de los que cantó "Because". El homenaje a su etapa post-Spector llegó con la mención a Joey Ramone y Johnny Thunders, a los salvajes setenta neoyorquinos, con la interpretación de "You Can't Put Your Arms Around A Memory" del segundo, mientras que el recordatorio a su fan Amy Whinehouse se ofreció con el inmaculado cover de "Back To Black".
Y para quienes reivindicaran más material del trío vocal no faltaron la maravilla de "Do I Love You", su favorita "Walkin' In The Rain" - según nos dijo la grabó de una sola toma -, la marchosa "(The Best Part Of) Breakin' Up" y la esperadísima e imprescindible "Be My Baby", que merece mención aparte. Desde que sonó la batería inicial el silencio, de respeto y emoción, se hizo con una sala que rindió pleitesía hacia una pieza pop llena de magia y hacia una cantante que mucho tiene que ver con su misterio y poderío encantador.
Tras los saludos, besos y "I love Yous" al respetable, el bis con "I Can Hear Music", fabuloso himno hacia la música, fue la perfecta rúbrica a un concierto plagado de emociones, "buenas vibraciones" y mucha pero que mucha melancolía. De la dulce, eso sí.
Por Alejandro Guimerà
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